“Al principio era una broma pero ahora son problemas”, afirma Musa Hasahya Kesera, un ugandés padre de 102 hijos que reconoce que cada día le cuesta más satisfacer sus necesidades o incluso recordar sus nombres.
A sus 68 años, está al frente de una familia de 12 mujeres, 102 hijos, el menor de 10 años y el mayor de 50, y se estima que tenga 578 nietos.
La familia de Kesera se ha convertido en una atracción en su aldea, Bugisa, en el este de Uganda. Pero asegura que quiere detenerse y no tener más.“Ya he aprendido la lección de mi actitud irresponsable, de haber tenido tantos hijos de los que no puedo ocuparme”, confiesa a un medio local.
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A raíz de la situación, su gran familia vive en una casa muy deteriorada con tejado de chapa y unas 20 cabañas de adobe situadas cerca. Cabe destacar que, la poligamia está autorizada en Uganda.
“Con mi débil salud y menos de una hectárea de tierra para una familia tan grande, dos de mis esposas se han ido porque no podía satisfacerlas en lo más esencial, como la comida, la educación o la ropa”, relata el padre de familia, desempleado.
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Musa Hasahya Kesera se casó por primera vez en 1972, cuando tenía 17 años, mediante una ceremonia tradicional. Su primer hijo nació un año después.
“Como solo éramos dos hijos (en su familia), mi hermano, mis padres y mis amigos me aconsejaron que me casara con varias mujeres para tener muchos hijos y aumentar nuestro patrimonio familiar”, explica el hombre.
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Atraídos por su estatus de vendedor de ganado y carnicero, varios lugareños le ofrecieron la mano de sus hijas, algunas de ellas todavía menores, esta práctica es prohibida desde 1955.
Para resolver las disputas, que no faltan en la familia, se organiza una reunión cada mes. En el pueblo de Bugisa vive en gran parte de la agricultura, con pequeños cultivos de arroz, mandioca y café, y de la ganadería.
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En la familia de Hasahya algunos intentan ganar dinero o comida haciendo tareas domésticas para sus vecinos o se pasan el día buscando leña y agua, para lo que muchas veces tienen que recorrer largas distancias a pie, para poder conseguir algo de dinero o comida día con día.
Por otro lado, algunos se quedan en casa más que todo las mujeres que tejen esteras o hacen trenzas en el pelo, mientras que los hombres juegan a las cartas a la sombra de un árbol.
Cuando está listo el almuerzo -la mayoría de las veces, mandioca hervida, el padre de familia sale de su cabaña y llama a gritos a sus familiares para que se pongan en fila para comer, organizándose desde el más pequeño al más grande.
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“Pero apenas tenemos comida suficiente. Estamos obligados a dar de comer a los hijos una vez, o dos en los días buenos”, menciona Zabina, la tercera esposa de Musa Hasahya Kesera, quien asegura que nunca se hubiera casado de haber sabido que su esposo tenía otras mujeres.
“Trajo a la cuarta, luego a la quinta, y así hasta llegar a doce”, dice, suspirando su tercera cónyuge.
Actualmente solo siete siguen viviendo con él en Bugisa, las otras dos lo dejaron y tres se fueron a otra localidad, a dos kilómetros de distancia, porque con lo que da la granja familiar no alcanza para que coman todos los integrantes de la familia.
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