El escenario de «Yo Me Llamo Honduras» se convirtió en un remolino de emociones cuando Sandro de Santa Bárbara, un humilde participante con una voz poderosa y un corazón lleno de recuerdos compartió su historia a través de las pantallas de Canal 11.
«Yo Me Llamo Sandro» reveló ante el jurado y el público su más profunda motivación: su hijo, Quinta Estrella. Con cada palabra, su voz temblaba, pero su determinación era inquebrantable.
«Mi hijo era mi luz, mi guía en este oscuro camino de la vida», dijo Sandro con voz entrecortada. «Él siempre creyó en mí, en mi voz. Me decía que debía mostrar al mundo lo que podía hacer en el escenario».
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La memoria de Quinta Estrella llenó la sala mientras Sandro compartía anécdotas y recuerdos de su hijo. Era evidente que su presencia, aunque físicamente ausente, estaba más viva que nunca en ese momento.
Al subir al escenario, Sandro dedicó cada nota, cada palabra, a su hijo. La música se convirtió en su puente para conectarse con él una vez más, en un intento desesperado pero hermoso de mantener viva su memoria.
Cuando las luces se atenuaron y el silencio se apoderó del lugar, Sandro ofreció su interpretación con todo su ser. Cada verso resonaba con emoción pura y cruda, una mezcla de nostalgia, amor y determinación.
A pesar del dolor abrumador que lo envolvía, Sandro no se rindió. Siguió adelante, cantando con el corazón abierto y la esperanza encendida en su pecho. Fue un tributo no solo a su hijo, sino también a la fortaleza del espíritu humano frente a la adversidad.
Al final, Sandro recibió el respeto y la admiración del jurado y el público. Aunque no avanzó en la competencia, su actuación quedó grabada en la memoria de todos los presentes como un recordatorio poderoso del poder sanador de la música y el amor inquebrantable entre padre e hijo.
¿Quién era Quinta Estrella?
Era el único hijo varón de «Yo Me Llamo Sandro» y su sueño era convertirse en uno de los cantantes urbanos más destacados de Honduras.
Fue ultimado en 2019 en Jardinez del Valle, San Pedro Sula (SPS), norte de Honduras, junto a otras dos personas. Las víctimas mortales de la masacre se llamaban Gabriel Alexis Amaya y Omar Alexander García Rodríguez de 29 años.
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