Deporte Nacional

Con el corazón entre Italia y Rusia

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11 de junio de 1990, el sol brilla sobre Genova y 36.000 almas colman el Luigi Ferraris, que luce imponente ante un grupo de  benjamines ticos y se impresionan con el espectáculo de la gran gala del fútbol mundial.

Las ansias, el nerviosismo y las ganas de hacer historia laten en el pecho de una veintena de jugadores que llevan sobre sus hombros los sueños de 3 millones de costarricenses.

Aquella tarde un país completo se pegó a la pantalla del televisor para ver a nuestros muchachos enfrentar a Escocia.

Los sueños se hicieron realidad cuando Héctor Marchena se animó a meterse al área, tocó suave para Claudio Jara, quien se inventó un taquito de lujo y se la dejó a Cayaso, libre para empujar el balón con su zurda hasta el fondo de los cordeles.

Esta narración ha sido repetida miles de veces por miles de personas, esa estampa está clava en nuestros ojos, como el primer beso, como el primer amor.

Tres partidos más nos aguardaban, la victoria sobre Suecia y las derrotas frente Brasil y en segunda ronda contra la extinta Checoslovaquia. Al volver, los seleccionados fueron recibidos como Héroes.

«Il Capitano» Roger Flores Celebra en Italia.

Mucho trillo se ha andado desde que nos iniciamos en  las Copas del Mundo aquella tarde de junio. Nuestros jugadores ya no deben limpiar ellos mismos sus botines ni tendrán que conducir un taxi cuando dejen el fútbol. En aquel entonces solo los quienes jugaban para los equipos “grandes” del país tenían un sueldo asegurado.

Pero tuvieron que pasar 12 para volver a una justa mundialista. Muchos de los que disfrutaron la hazaña gestada Italia estando en el colegio, llevaban ahora a sus propios hijos a estadio a festejar los goles patrios en la clasificación a Corea – Japón.

El torneo no fue fácil, ganamos a la novata China, empatamos contra Turquía y con las botas puestas caímos ante Brasil, en lo que para muchos fue el partido más emocionante del campeonato. Para los registros ticos, enfrentamos al primer y tercer lugar del Mundial.

Cuatro años más tarde repetiríamos en Alemania, donde nos tocó inaugurar el certamen contra los locales, a quienes por unos minutos tuvimos preocupados con los tantos de Chope al poderoso Oliver Kahn. Por lo demás, nuestra participación fue para el olvido y cuesta mucho escuchar que alguien comente los partidos contra Ecuador y Polonia.

Bajábamos la pendiente y a Sudáfrica no clasificamos. Había que replantearse las cosas y así lo hicimos. Muchos cambios de técnico, un centenar de jugadores llamados a la selección hacían pensar que era difícil volver a estar entre los grandes. Hasta que llegó el (mal) querido Pinto y de nuevo la Sele ganaba y gustaba.

Al final nos tocó el Grupo de la Muerte, con tres campeones mundiales y una pequeña Costa Rica que muchos veían no más como nota al pie de página. Pero Costa Rica se convirtió al matagigantes y tras vencer a Uruguay, dejó afuera a Italia e Inglaterra.

Después la muerte súbita y los penaltis ante Grecia y Holanda. Veremos mil veces esa celebración, ese grito de jubilo, ese llanto de alegría. Terminamos siendo la sorpresa del campeonato y la verdad es que muy pocos acá apostaban por que llegáramos tan lejos.

De ello se habló en todo el planeta futbolístico, en donde no paraban de elogiar la zurda mágica de Cambell o los reflejos felinos Navas. Tenían razón de destacar la participación de la Tricolor, de los cinco partidos que enfrentó, en cuatro lo hizo contra equipos que llevan encima 7 campeonatos mundiales y 5 subcampeonatos.

Sin embargo, ahora viene el nuevo desafío, al menos igualar lo logrado en Brasil. La vara está alta, no solo se llegó al soñado quinto partido y se logró estar entre los ocho mejores del mundo, se hizo historia jugando bien y ante los mejores rivales.

Lo que queda es, como siempre, trabajar y soñar en grande. Y emprender el camino con la idea de conquistar Rusia y el corazón del mundo. Sigan muchachos, que ustedes pueden. Dennos otra alegría para llevarla de por vida enh el corazón.

 

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